AVISO PARA QUIEN QUIERA COMENTAR

¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. Eliot, Coros de La roca, I



domingo, 14 de marzo de 2010

Identidad narrativa III. ... nisi serenas

Un reloj de sol medieval, uno de esos que se estropea cuando el cielo está nublado, y sólo sirve para la mitad del día: un fracaso comercial, desde nuestros parámetros economicistas. Pero en aquel momento medieval hacían su función: medían el tiempo. Sin embargo -para que nos demos cuenta de que en aquellas épocas los hombres no eran tan rudimentarios y cerebriplanos como algunos nos los pintan- el relojero de sol ya percibía que aquello no bastaba, y no por las patentes limitaciones del artilugio. No bastaba porque el reloj sólo medía el tiempo cosmológico, el de la naturaleza, el que es regido por el ciclo solar, y lo que finalmente le interesaba al hombre medieval -y a cualquier hombre- era el tiempo personal, tejido en el cañamazo del ciclo solar, pero un auténtico bordado de humanidad, de creatividad, de sentido, de apertura a lo que está más allá. Por eso, el relojero inscribía un breve proverbio -la brevedad en este contexto temporal ya es una señal de gran finura intelectual, cordial, poética- que insertaba como una clave hermenéutica para la lectura del tiempo. Una clave hermenéutica que recordaba la necesidad de inscribir un sentido humano en el ciclo natural, que introducía el tiempo de la persona.

Heidegger habla de la intratemporalidad, como ese estar del hombre en medio del tiempo cosmológico, de las cosas, y Ricoeur dice que narrativamente se supera ese estado. Al crear una trama narrativa en la vida personal, ya no vivimos homogéneamente el tiempo, sino argumentalmente -como también dice Marías-: somos una persona con argumento, y el tiempo visto ahora desde la antropología pasa a ser una dimensión de la persona. Nuestra temporalidad es narrativa, y ha de ser ejercida, compuesta, configurada como relato, si quiere realizar la dignidad humana que nos sella.

El relojero de sol añadía entonces un proverbio, pero no como hoy pondríamos un adorno exótico a cualquier cosa, sino como la auténtica sustancia del asunto: Horas non numero, nisi serenas, sólo cuenta el tiempo de serenidad, el que no pasa con la violenta inexorabilidad, indiferentemente agresivo al hombre: sólo cuenta el tiempo humano. Así el tiempo cosmológico quedaba subordinado al tiempo personal, y esa operación se constituía en una invitación al lector de la hora cosmológica a que reflexionara sobre el sentido personal del tiempo, sobre su tiempo, sobre la búsqueda de lo que hace bien y buena a la persona, y que apunta a todo el arco de la vida.

Una invitación a pensarse narrativamente: a comenzar, a reparar, a recomenzar, a soñar la historia personal, a recordar la dignidad que nos proyecta más allá del aquí y ahora de nosotros mismos.